martes, 3 de julio de 2012

Vitral de Fermín Revueltas abandonado en Juárez.
Foto: Jeanne Enríquez

El sistema también asesinó nuestra historia
texto por  juan pablo proal en la revista proceso




“Hubo un tiempo en que la muerte tenía sentido en Juárez. Muerto porque habías perdido un cargamento de drogas. O muerto porque tenías un cargamento de drogas (…) Tu muerte era llamada carne asada, una barbacoa. La vida tenía sentido entonces, incluso en la muerte. Aquellos eran los buenos viejos tiempos”: Charles Bowden, Ciudad del Crimen.

MÉXICO, D.F. (apro).- Si caminas por la colonia Chaveña, en Ciudad Juárez, puede que tengas la suerte de encontrarte con la escuela pública Centro Escolar Revolución Mexicana, casi escondida entre los puestos ambulantes de ropa americana de segunda mano. A lo mejor, con la coincidencia a tu favor, hasta verías un par de vitrales coloridos, aunque rotos y descuidados. Con las prisas, seguramente seguirás de largo, pero, aunque no sepas, viste de cerca una obra de Fermín Revueltas, uno de los artistas gráficos más importantes de Latinoamérica.
Corazón de niño robado y Justicia social son los nombres de los dos vitrales colocados al frente de la institución. Las imágenes sufren de huecos, perforaciones y quebraduras. Están rotas, como la esperanza de justicia de la ciudad que se consume.
A la muerte de Fermín Revueltas (1935), miembro de una de las más geniales familias de artistas mexicanos, el gobierno estatal colocó esos dos vitrales en el Centro Escolar Revolución Mexicana. La indiferencia de las autoridades los mandó a la estantería del olvido. Hasta que el Colectivo José Revueltas se enteró de su existencia y los fotografió.
El Estado ha sido ingrato con los Revueltas. Las películas de Rosaura son tan difíciles de encontrar como un político de alto rango honesto. Hay que amar las librerías de viejo para encontrar las obras literarias de José. Es casi imposible hallar la música de Silvestre en una tienda de discos. Y, bueno, un asesino de mujeres en Juárez es tratado con más respeto que los vitrales de Fermín.
A Fermín, segundo hijo de una familia integrada por diez hermanos, le tocó morir a los 34 años, cuando el PRI se llamaba Partido Nacional Revolucionario. Es un artista fallecido, hace mucho, miembro de una dinastía inquebrantable ante el poder, enfrentada al status quo, a las formas de los políticos, al quedar bien a cambio de inmortalidad. Por eso la televisión no recuerda sus aniversarios de muerte, ni abundan parques con su nombre, ni está incluido en los libros de texto como un personaje relevante. La historia no premia al precursor del diseño editorial en México, a uno de los cinco mejores creadores de vitrales del mundo (Estaind Glass Assaccian ak America), al artista que pintó muros en el Museo de San Ildefonso, el Banco Nacional Hipotecario y Urbano y del edificio del periódico El Nacional. La historia oficial puede tener lugares para héroes que nunca existieron, no para Fermín Revueltas.
Los hermanos Rubén y Carlos Macías, integrantes del colectivo José Revueltas, de Ciudad Juárez, me describen su experiencia al ver los vitrales:
“(…) Por un hoyo en el vitral se podía ver la ciudad. Aquella imagen llegó a mis ojos como un desierto abriendo las alas dentro de mis carnias, ahí estaba la ciudad, la gente pasa y no tomaba en cuenta aquellos inmensos vitrales, el corazón de aquellos niños ya no lo había robado un artista para trasmitirlo en aquel mural maravilloso. Los corazones de estos niños estaban robados ahora por el capitalismo, por las injusticias, por los gobiernos, por esa navaja sorda que es la violencia de estado que ya no es sólo contra los pobres de este país, sino contra el arte y nuestra historia”.
Al presidente sólo lo escuchamos hablar de Juárez para saber que enviará más militares. O que retirará militares. A las autoridades locales únicamente las leemos cuando quieren apagar un escándalo de sangre reduciéndolo a “peleas entre grupos rivales” o para presumir la captura de tal o cual capo peligrosísimo con apodos hasta ese momento desconocidos, como “El Perro”, “El Johnny” o “El Caco”. No les oímos palabras de aflicción, mucho menos compasivas. Menos aún de asuntos del alma: sones, bailes, versos, películas, pinturas, vitrales… Juárez, al menos en su boca, es un compendio de estadísticas de seguridad.
El olvido de los vitrales de Fermín no es un caso aislado exclusivo de Juárez. Es común escuchar de un mural carcomido en una biblioteca pública, de un músico olvidado y con una enfermedad terminal a cuestas, de una escultura falleciendo de humedad en el sótano de alguna oficina pública. Para los trajeados hambrientos de nuestros votos no hay tiempo para esas irrelevancias. El artista importa siempre y cuando su rostro haya sido conocido por los votantes, haya muerto en tiempo electoral y puedan fotografiarlo en su funeral hablando de lo importante que fue su obra.

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