Entre el sol que caía entre los arboles y nuestros rostros, entre las tumbas y el olor a mármol mojado de días, encontré a Karin, un viejo pintor que guarda fielmente las historias del panteón francés en la ciudad de México, cada una de esas historias terminaban con un beso a la tumba, ya con sus labios secos y con su rostro cortado por el tiempo seguimos caminando entre la tierra y la madera de los arboles que resistían el mismo tiempo que había cortado su rostro, el camino era corto para llegar a la tumba de José Revueltas y de su hija Andrea Revueltas su ultima casa, su ultimo lugar donde José y Andrea platican entre la ceniza y los arboles verdes que florecen todos los días interminables. Karin estaba agotado su baston casi no podía mas con su cuerpo, con las imágenes que tenia dentro de sus ojos, dentro de aquella acuarelas que hoy precisamente tenían un color gris donde terminaba la vida y comenzaban las historias. llegamos entonces a la tumba de José y Andrea, nada tan frió como una tumba bajo los arboles y un cielo gris, nada mas triste que la palabra gris, nada mas triste que el color gris, nada mas triste que el rostro gris de Karin cortado por el mismo tiempo, nada mas triste que ese instante carajo...
texto de Rubén Macias
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